Para mí la definición de literatura implica cierto pago de nuestro amor propio. Hablamos de textos que se escriben con la necesidad de ser leídos por otras personas para dotarlos de verdadero significado, textos que sin la figura del lector carecen de intención.
Un lector al que reclamamos que abandone sus quehaceres y se concentre en nuestra obra. Una exigencia nada desdeñable, donde el autor muestra su ego, ya que si carece de él, ¿porqué querría nadie leerlo?

He aquí la primera paradoja: uno debe creer a muerte en su idea de literatura, pero al mismo tiempo debe ser capaz de escuchar las críticas. ¿Alguien puede ayudarnos a manejar esta paradoja? Es uno mismo quien debe hacerlo, y ese es uno de los mayores problemas del artista, me parece.
No olvidemos que, por mucho que lo creamos, no somos especiales. Como dice un amigo mío, si fuéramos genios hace tiempo que el mundo ya lo habría descubierto por nosotros.